—Bueno, sobre eso... Mira, descubrí que te recordaba con mayor claridad cuando hacía algo estúpido o peligroso... —le confesé, sintiéndome completamente chiflada—. Recordaba cómo sonaba tu voz cuando te enfadabas.
La escuchaba como si estuvieras a mi lado. En general, intentaba no pensar en ti, pero en momentos como aquéllos no me dolía mucho,
era como si volvieras a protegerme, como si no quisieras que resultara herida.»Y bueno, me preguntaba si la razón de que te oyera con tal nitidez no sería que, debajo de todo eso, siempre supe no habías dejado de quererme...Tal y como había ocurrido antes, las palabras cobraron poder de convicción a medida que las pronunciaba. Eran sinceras. Una fibra en lo más sensible de mi ser supo que yo decía la verdad.
—
Tú... arriesgabas la... vida... para oírme... —dijo con voz sofocada.
—Calla —le atajé—. Espera un segundo. Creo que estoy teniendo una epifanía en estos momentos...Pensé en la noche de mi primer delirio, la que había pasado en Port Angeles. Había planteado dos opciones —locura o deseo de sentirme realizada— sin ver la tercera alternativa.
Pero ¿qué ocurriría si...?¿Qué ocurriría si hubiera creído sinceramente que algo era cierto, aunque estuviera totalmente equivocada? ¿Qué sucedería si hubiera estado tan empecinadamente segura de que tenía razón que no me hubiera detenido a considerar la verdad? ¿Qué habría hecho la verdad? ¿Permanecer en silencio o intentar abrirse camino?
La tercera opción era que Edward me amaba.
El vínculo establecido entre nosotros dos era de los que
ni la ausencia ni la distancia ni el tiempo podían romper, y no importaba que él pudiera ser más especial, guapo, brillante o perfecto que yo, él estaba tan irremediablemente atado como yo,
y si yo le iba a pertenecer siempre, eso significaba que él siempre iba a ser mío.