sábado, 6 de marzo de 2010
— ¿Edward? —susurré, sintiéndome completamente idiota.La tranquila risa de respuesta procedía de detrás de mí.
— ¿Sí?
Me giré bruscamente al tiempo que, como reacción a la sorpresa, me llevaba una mano a la garganta.Sonriendo de oreja a oreja, yacía tendido en mi cama con las manos detrás de la nuca y los pies colgando por el otro extremo. Era la viva imagen de la despreocupación.
— ¡Oh! —musité insegura, sintiendo que me desplomaba sobre el suelo.
—Lo siento.Frunció los labios en un intento de ocultar su regocijo.
—Lo siento.Frunció los labios en un intento de ocultar su regocijo.
—Dame un minuto para que me vuelva a latir el corazón.
Se incorporó despacio para no asustarme de nuevo. Luego, ya sentado, se inclinó hacia delante y extendió sus largos brazos para recogerme, sujetándome por los brazos como a un niño pequeño que empieza a andar. Me sentó en la cama junto a él.
— ¿Por qué no te sientas conmigo? —sugirió, poniendo su fría mano sobre la mía—. ¿Cómo va el corazón?
—Dímelo tú... Estoy segura de que lo escuchas mejor que yo.Noté que su risa sofocada sacudía la cama.Nos sentamos ahí durante un momento, escuchando ambos los lentos latidos de mi corazón. Se me ocurrió pensar en el hecho de tener a Edward en mi habitación estando mi padre en casa.
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