domingo, 21 de febrero de 2010
—Ayer, cuando te toqué, estabas tan... vacilante, tan cautelosa. Y todo sigue
igual. Necesito saber por qué. ¿Acaso ya es demasiado tarde? ¿Quizá te he hecho
demasiado daño? ¿Es porque has cambiado, como yo te pe dí que hicieras? Eso sería...
bastante justo. No protestaré contra tu decisión. Así que no intentes no herir mis
sentimientos, por favor; sólo dime ahora si todavía puedes quererme o no, después
de todo lo que te he hecho. ¿Puedes? —murmuró.
—¿Qué clase de pregunta idiota es ésa?
—Limítate a contestarla, por favor.
Le miré con aspecto enigmático durante un rato.
—Lo que siento por ti no cambiará nunca. Claro que te amo y ¡no hay nada que
puedas hacer contra eso!
—Es todo lo que necesitaba escuchar.
En ese momento, su boca estuvo sobre la mía y no pude evitarle. No sólo
porque era miles de veces más fuerte que yo, sino porque mi voluntad quedó
reducida a polvo en cuanto se encontraron nuestros labios. Este beso no fue tan
cuidadoso como los otros que yo recor daba, lo cual me venía la mar de bien. Si luego
iba a tener que pagar un precio por él, lo menos que podía hacer era sacarle todo el
jugo posible.
Así que le devolví el beso con el corazón latiéndome a un ritmo irregular,
desbocado, mientras mi respiración se transformaba en un jadeo frenético y mis
manos se movían avariciosas por su rostro. Noté su cuerpo de mármol contra cada
curva del mío y me sentí muy contenta de que no me hubiera escuchado, porque no
había pena en el mundo que justificara que me perdi era esto. Sus manos
memorizaron mi cara, tal como lo estaban haciendo las mías y durante los segundos
escasos que sus labios estuvieron libres, murmuró mi nombre.
igual. Necesito saber por qué. ¿Acaso ya es demasiado tarde? ¿Quizá te he hecho
demasiado daño? ¿Es porque has cambiado, como yo te pe dí que hicieras? Eso sería...
bastante justo. No protestaré contra tu decisión. Así que no intentes no herir mis
sentimientos, por favor; sólo dime ahora si todavía puedes quererme o no, después
de todo lo que te he hecho. ¿Puedes? —murmuró.
—¿Qué clase de pregunta idiota es ésa?
—Limítate a contestarla, por favor.
Le miré con aspecto enigmático durante un rato.
—Lo que siento por ti no cambiará nunca. Claro que te amo y ¡no hay nada que
puedas hacer contra eso!
—Es todo lo que necesitaba escuchar.
En ese momento, su boca estuvo sobre la mía y no pude evitarle. No sólo
porque era miles de veces más fuerte que yo, sino porque mi voluntad quedó
reducida a polvo en cuanto se encontraron nuestros labios. Este beso no fue tan
cuidadoso como los otros que yo recor daba, lo cual me venía la mar de bien. Si luego
iba a tener que pagar un precio por él, lo menos que podía hacer era sacarle todo el
jugo posible.
Así que le devolví el beso con el corazón latiéndome a un ritmo irregular,
desbocado, mientras mi respiración se transformaba en un jadeo frenético y mis
manos se movían avariciosas por su rostro. Noté su cuerpo de mármol contra cada
curva del mío y me sentí muy contenta de que no me hubiera escuchado, porque no
había pena en el mundo que justificara que me perdi era esto. Sus manos
memorizaron mi cara, tal como lo estaban haciendo las mías y durante los segundos
escasos que sus labios estuvieron libres, murmuró mi nombre.
0 comentarios:
Publicar un comentario